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Bitácora El mar acogedor

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Los pueblos


No se completaría el paisaje griego sin hablar del vértigo que nos causa los pueblos blancos colgados de las cimas, en pronunciadas laderas o a orillas del mar, siempre exhibiendo una belleza sobria y rotunda y diría que hasta dramática. Repartidos en costas abruptas o en islas áridas, trasmiten serenidad y la imperturbabilidad del tiempo detenido entre sus paredes. Pueblos silenciosos y cegadores donde apena se oye al viento pasando entre rocas y árboles y acaso el balido perdido de una cabra.
Los puebles griegos suelen ser pobres, pero se trata una pobreza digna y a la vez bella pues como se ha dicho, la pobreza y la belleza siempre fueron las dos caras de Grecia.

No he encontrado en todo el Mediterráneo, casas más acogedoras, sencillas, y primorosas que las de las islas griegas. Casitas blancas, con ventanas, marcos y puertas de infinitos azules y todos colores pasteles; diminutas terrazas justo para dos sillas, pórticos de buganvillas sostenidos en pequeños tiestos, minúsculos jardines a veces sólo con una rosa o un geranio plantados en una lata o en un frasco, repartidas por callejas limpias e impolutas de escalones empinados cuidadosamente encalados, son las postales que se suceden en cada isla, como lo son esas playitas flanqueadas de tamarindos y presididas por una taberna siempre abierta, o los barquitos pesqueros de colores imposibles, bailando y chapoteando al son del viento al abrigo de las calas y los pequeños puertos donde nunca faltará una diminuta capilla blanca dedicada a la Virgen o al protector de los marinos, Agios Nikolaos.

El paisaje griego es simple y austero, sin artificio ni maquillaje y ahí radica el valor de su elegancia natural. Decía el premio Nobel Odisséas Elytis que si Grecia desapareciera él se comprometía a reconstruirla simplemente con una viña, un barco y un olivo. También yo añadiría una higuera y una chicharra que no empañarían la simpleza de la obra constructiva y adornaría con algo tan griego como el dulce olor de los higos y la atronadora algarabía de la cicadas cuyo murmullo nos tranquiliza y su silencio brusco siempre nos preocupa.

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EL MAR ACOGEDOR - HISTORIAS Y RELATOS DE LAS ISLAS GRIEGAS